En una época donde se “sacuden de encima” los valores ideológicos y se adoptan sólo lemas y titulares principales en lugar del pensamiento profundo y la búsqueda constante y persistente de verdades, hagamos un aparte momentáneo para dedicar la atención merecida también a este plano de nuestra realidad, es decir, la reflexión sobre el ambiente mental-espiritual de nuestra vida como movimiento.

La grandeza de Herzl desde el punto de vista histórico-nacional está en la nueva marcha que le dio a la idea sionista, que aún no había tomado forma, por el hecho de aumentar el concepto político. Herzl sacó al movimiento de resurrección nacional del rincón y lo colocó dentro del gran mundo, y convirtió su aparición y su valor interno en un asunto de política mundial.

Incluso el gran poeta del siglo XIX, Yehuda L. Gordon, pesimista en lo que respecta al futuro del pueblo, no creyó que un Holocausto de tal envergadura podría ocurrir. “Las miríadas no serán vencidas”, escribe el poeta, pero millones fueron vencidos. Y ni Pinsker ni Sirkin, quienes basaron su doctrina política en el odio hacia el Pueblo Judío en la diáspora, ni Max Nordau en sus grandes y brillantes discursos en los Congresos Sionistas, intuyeron, sintieron o imaginaron el alcance de la tragedia y la profundidad del Holocausto que asoló al judaísmo europeo en el siglo 20.

Con el don de un sentido histórico especial, desde la intuición y un penetrante sentido práctico, Herzl declaró con voz impresionante como verdadero profeta:

“Cuando también a ellos les sobrevenga el mal como un holocausto repentino – en los países donde los miembros del pueblo judío pueden asimilarse – me creerán”.

Y cuando llegó, todos le creyeron pero quedamos huérfanos de un tercio de nuestro pueblo. ¿Existe una tragedia mayor en la historia de los pueblos y el mundo, en nuestra historia de pueblo perene?

Por ello, desde nuestra perspectiva, la grandeza de Herzl se encuentra en el fundamento de la impresionante verdad y en la espantosa realidad de su vision.

Herzl no gozó de grandeza absoluta en vida. Sin embargo, generaciones después, se nos plantea como un bien nacional-general, como una personalidad que confirma y justifica nuestra vitalidad, nuestra existencia y nuestra lucha contínua.

“El futuro de un líder muerto” – dice Ahad Haam – “es convertirse en una gran fuerza, mayor incluso de lo que en su momento fue el líder”.

Por ello, ha llegado el momento de volver a santificar el recuerdo de Binyamin Zeev Herzl.

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