¿HAY LUGAR PARA EL CASTIGO EN EDUCACIÓN?

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Por Romi Morales

La parashá Sheminí nos invita a mirar con atención un evento tan desconcertante como estremecedor: en medio de la celebración por la inauguración del Mishkán, Nadav y Avihú, los hijos de Aharón, se acercan espontáneamente a ofrecer “fuego extraño” (acción que no es detallada). La respuesta divina es inmediata y trágica: un fuego desciende del cielo y los consume. En un instante, la fiesta se convierte en duelo, y Aharón (en tanto padre, líder y Cohen) elige el silencio como única respuesta.

Este evento, sin duda, nos deja muchos interrogantes: ¿Hay lugar para el castigo en educación? Si sí, ¿qué lugar ocupa? ¿Hasta dónde es necesario marcar consecuencias y cuándo estas pueden volverse destructivas? ¿Cómo encontramos el equilibrio entre establecer límites claros y cultivar vínculos que eduquen desde la confianza y el amor?
Si bien no pretendemos dar respuestas contundentes, te invitamos a reflexionar sobre el tema. Si te interesa, ¡empezamos!

¿Explicando lo inexplicable?
Mucho se ha escrito para explicar este suceso a lo largo del tiempo. Algunos sabios, como Rashi, interpretan que los jóvenes murieron porque actuaron con soberbia, tomaron una decisión impulsiva sin consultar o ingresaron al lugar sagrado en estado de ebriedad. Otros, como el Sforno, ven en ellos una expresión genuina de deseo espiritual mal encauzado. Más cercanos a nuestro tiempo, pensadores como Nehama Leibowitz destacan que lo más inquietante del relato es precisamente su ambigüedad: no sabemos qué hicieron exactamente, y eso nos obliga a asumir que incluso los mejores pueden equivocarse.

Hay quienes, desde la filosofía, proponen leer el silencio de Aharón como una manera de sostener el dolor sin buscar culpables. Llevando esta idea a nuestro rol, podríamos decir que no siempre la tarea del educador es emitir veredictos; muchas veces, su rol es sostener el espacio de aprendizaje en medio de la incertidumbre o el dolor.

¿Hay lugar para el castigo en educación?
El conductismo planteó, a principios del siglo XX, que existen diferentes estrategias para intervenir en la conducta de las personas y, por ende, para estimular el aprendizaje en el otro. Mientras que algunas herramientas están destinadas a eliminar la conducta, otras están pensadas para estimular a que la misma siga apareciendo. Entre ellas están los refuerzos positivos, negativos y los castigos. En este sentido, la psicología conductista estima que sí hay lugar para el castigo y, aplicado correctamente, este puede ser muy efectivo.

Por otro lado, desde la psicología positiva, Carol Dweck sugiere que el error no debe corregirse desde la sanción, sino desde la oportunidad de aprender y crecer. En esta línea, la psicopedagoga Melina Furman nos recuerda que los límites son necesarios, pero deben estar al servicio del desarrollo de la autonomía y del pensamiento crítico, pues una educación que solo responde a premios y castigos enseña a obedecer, mas no necesariamente a reflexionar o a asumir responsabilidad.

Autores como Alfie Kohn traen una perspectiva más compleja, señalando que premiar y castigar son dos caras de la misma moneda: mecanismos de control externo que debilitan la motivación intrínseca. Y están aquellos que opinan que no deberíamos hablar de “castigos”, sino de “consecuencias”, pues la intención del educador no es sancionar, sino más bien mostrar cuáles son los efectos reales de las acciones que tomamos.

Todas estas opiniones muestran que el tema no es sencillo de abordar, ya sea por su complejidad o por las repercusiones que tiene en términos psicológicos, emocionales, educativos y éticos. Siendo esto así, entonces: ¿qué hacemos cuando necesitamos marcar un límite? ¿Cómo hacemos para intervenir sin romper? ¿Es esto posible?

Algunos puntos a considerar
Educar es construir procesos que contribuyan a la superación y mejora constante de la persona y, por ende, poner límites tiene que ser parte de ese camino y no simplemente una consecuencia luego de haber cometido un error. Diseñar los pasos para que los límites sean educativos no es sencillo, pero tal vez considerar ciertos elementos pueda ayudarnos a hacerlo de manera más precisa, de ser necesario.

En primer lugar, debemos recordar establecer reglas de convivencia y de trabajo dentro del espacio educativo. Hay quienes prefieren determinar las reglas solos, y hay quienes consideran que pensar junto al grupo qué esperamos que ocurra en nuestro marco de actividad y qué no, es de por sí una parte esencial del proceso.
Ahora bien, independientemente de quién determine la regla, lo cierto es que es fundamental que exista un espacio para asegurarnos de que las normas sean claras para todos y signifiquen lo mismo para todo el grupo.

Una vez realizado este paso, es esencial explicar qué sucederá cuando las pautas acordadas sean transgredidas. Idealmente, también debería haber espacios para reflexionar por qué actuamos de esa manera. Es decir, poder compartir el sentido pedagógico detrás de la intervención.
Este paso es muy importante, especialmente para quien educa, pues al momento de marcar el límite, estará seguro de que este no viene desde un lugar de cansancio, frustración o enojo personal, sino como respuesta esperada, en base a las normas preestablecidas.

De más está decir que los límites deben ser:

  • Temporales (la consecuencia debe surgir próxima a la transgresión),
  • Proporcionales (ni muy severos, ni muy intranscendentes),
  • Aplicables (no debemos comunicar consecuencias que los demás no puedan sostener o que nosotros mismos no estemos dispuestos a efectivizar),
  • Impersonales (la sanción debe diferenciar entre la conducta y la persona, porque esta pretende que el sujeto aprenda, sin etiquetarlo a futuro por lo que ha hecho), y
  • Conversados (hay quienes dan lugar a la persona a revisar el evento ocurrido y compartir cómo lo ha vivido; hay quienes solo establecen una conversación en la cual explican las sanciones. Sea con ambos pasos o solo el último, lo cierto es que el diálogo es importante como parte esencial del proceso educativo que estamos llevando a cabo).

Finalmente, la sanción debe venir acompañada de la posibilidad de reparar, sea a través de una disculpa, una acción con uno mismo, para con otros, etc.
Al final de cuentas, la sanción está allí como parte necesaria del proceso de aprender y mejorar.

A modo de conclusión
La Parashá Sheminí no nos da respuestas fáciles. Solo nos deja una escena llena de preguntas, silencios y dolor. Un fuego inesperado, dos vidas jóvenes interrumpidas y un padre que calla. Y quizás, en ese silencio de Aharón, se esconde la enseñanza más profunda: que educar no es solo formar, sino también sostener.
Sostener el dolor del otro, el error del otro, la consecuencia del otro.

Poner límites no es lo contrario del amor. A veces, es su forma más clara. Pero si el límite no viene acompañado de presencia, de contención, de esperanza en la reparación, entonces deja de educar para empezar a excluir.

Hay quienes tal vez crean que el “fuego que cae del cielo” puede ser una herramienta educativa. Personalmente, no creo en castigos desde arriba, pero sí en acompañar desde el costado cuando es necesario. Y tal vez, ahí esté la diferencia: Dios respondió con fuego, Aharón respondió con silencio.
Nosotros, como figuras educativas, necesitamos encontrar un tercer camino:
ni el fuego que destruye, ni el silencio que paraliza,
sino la palabra que guía, el gesto que acompaña, el ejemplo que educa y el límite que construye.

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