A.D.Gordon, “De vuelta a la Tierra” (1944)
Óyeme, hermano mío y óyeme también tú, hermana; y recordad entrambos que también
vosotros habéis soñado igual que yo.
Y en mi sueño, he aquí que llego a Eretz Israel. La Tierra está abandonada y desierta,
regida por manos extrañas. Las ruinas empanan la luz de su rostro y marchitan su espíritu.
Alejada esta de mí, y extraña se me ha hecho la Tierra de mis antepasados; también yo le
resultó extraño, y alejado estoy de ella. El único lazo que conservo de ella es mi madre y
yo soy su hijo, es que también mi alma esta, como ella, desolada, que también sobre mi
alma cayeron manos extrañas para aniquilarla y profanarla. Siento la destrucción, veo las
ruinas en todos los recintos de mi alma, en todos los 248 miembros de mi ser y en cada
uno de mis 365 nervios… Una voz brota de las ruinas y proclama:
“¡Hijo del Hombre! Repara en estas ruinas, obsérvalas atento y no quites de ellas tu
mirada. Entonces sabrás, añadiendo comprensión a tu conocimiento, que esta ruina
es la ruina de tu alma, que la destrucción es tu propia destrucción que impera en tu
vida en tierras extrañas y que llevas adherida hasta el día de hoy. ¡Ten presente que
en ello se juega tu destino! Y acontecerá si aguzas tu observación, veras que por
debajo de las ruinas arde todavía un rescoldo huérfano, salvado milagrosamente, y
que el halito de la Tierra se esfuerza por reanimarlo. Y sucederá que cuando
abandones del todo esa vida que otros te forjaron, tal como abandonaste su tierra, y
vengas aquí a labrarte una vida nueva, una vida tuya, revivirá entonces la brasa,
recobrando su llamarada; y entonces habrás tornado tú también a vivir, y revivirá tu
pueblo y tu tierra.”
Me agito con violencia, y me sacudo de encima y de mi interior toda aquella vida. Lo
empiezo todo de nuevo. Comienzo desde el abecedario. Y lo primero que abre mi corazón
a una vida como no conocí hasta ahora es el trabajo: no el trabajo como medio de vida, no
el trabajo como deber, sino el trabajo como finalidad de vida, el trabajo sobre el cual
resplandece una luz nueva, que yo he avizorado, y que constituye una de las partes de la
vida, una de sus raíces más profundas. Y he qui que yo trabajo.
Muy profundo es el sentido de lo que hago, y muy maravilloso. Difícil es el camino que
escogí, lejano y escondido: muchos son los que murmuran, muchos los que menean la
cabeza compadeciéndome, muchos me dan voces desde lejos:
“¿A dónde vas desdichado? Tu camino es un camino de oscuridad, de caos, de
desorden. ¿O pretendes modificar el orden del mundo, pasar por encima de las leyes
universales que no se pueden infringir? ¿Dirás al Hombre ‘eres un Dios y no un
hombre, forjado de barro’? Mira, estas solo, y caerás prisionero en los lazos de tu
imaginación y tus ensueños”
Mas yo continúo observando, como se me ordenara hacerlo a la luz del tizón cuya lumbre
resplandece cada vez más. Y a medida que sigo afanándome y sufriendo, ni una gota de
sangre, ni un adarme de mi fuerza ni de mi inteligencia se pierden en vano, pues cada gota
es un sendero de fuego y todo mi esfuerzo muscular o mental es una centella de luz para
mi alma que renace.
Un poco más, y tú también hermano mío, estarás conmigo trabajando y viviendo como yo.
Y por último vendrá también nuestra hermana, a quien no vi desde que despertó el pueblo
de Israel, y al verlos a los dos unidos, trabajando y viviendo juntos, revivirá mi espíritu. Y
exclamaré:
“Vosotros edificareis la casa de Israel! Vosotros hallareis el sendero el cual tendía
nuestra alma, el camino que tanto añoró Israel en los que tiempos que fueron, y
hacia el cual lo llevara su espíritu en tiempos venideros. Vosotros viviréis la vida de
Israel; la vida será como la fuente que brota con vigor, como un arroyo de aguas
desbordantes. Y la vida seguirá avanzando y renovándose, avanzando y
vigorizándose, fluyendo siempre hacia adelante, adelante, adelante.”