Autor: Teodoro Herzl, padre del sionismo político (1860-1904)

…Sostenía el candelabro de Janucá en su mano y pensaba: “Esta menorá debe de haber pasado de generación en generación, una velita encendiendo otra. ¿De dónde habrá tomado su forma el artista que creó la primera janukiá? Tal vez de un árbol: en la mitad el tronco, cuatro ramas a cada lado, todas iguales, y a un costado una ramita que llaman ‘shamash’, el servidor. ¡Cuántos secretos mensajes habrán descifrado las generaciones de esta forma tan simple, tomada de la naturaleza!”. Le resultaba difícil soltar la janukiá. La llevó a su casa. La primera velita ya ardía cuando contó a sus hijos el milagro del aceite que ardía y ardía mucho más tiempo del que podía esperarse. Con la segunda velita contó a sus hijos cómo volvieron los judíos del exilio babilónico; les contó acerca del Segundo Templo, acerca de los Jashmoneos. Con la tercera y la cuarta velita ya fueron los chicos mismos quienes volvieron a relatar esos hermosos cuentos escuchados de su boca. Ahora esperaba todo el día a que llegase la noche para encender las velitas, rodeado de sus hijos, sintiéndose él mismo un padre y un chico a un tiempo. Llegó la octava noche. Ya ardían las ocho velitas y a un costado, el shamash que sin ser un igual las había encendido a todas. Le parecía que un caudal de luz brotaba de esa menorá. Los ojos infantiles brillaban y él vislumbró en la encendida janukiá el inicio del renacimiento de su pueblo. Primero había una sola llamita, una llamita solitaria en medio de la pesada tiniebla reinante. Poco después, esa llamita consiguió una compañera, y siendo dos ya podían hacer el intento de atravesar la triste oscuridad. Pero al día siguiente se les agregó otra compañera, y luego otra más. Y la oscuridad comenzó a asustarse, a esconderse en los rincones, a verse forzada a huir. Al comienzo, sólo arden los corazones de los jóvenes y los de los pobres; después se les agregan otros que también aman la justicia, la verdad, la libertad, la belleza y el progreso. Y cuando ya arden todas las llamitas, todos las rodean y se alegran con ellas. ¡Feliz de aquel que tiene el privilegio de ser el shamash, el servidor, el provocador, aquel que enciende las llamas!

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