Por: Romi Morales
¿Cuál es el secreto de aquellos educadores que influyen, impactan e inspiran dejando huellas de por vida? ¿Qué debería incorporar en mi práctica educativa para asegurar que mi aporte será relevante y trascendental? Parashá Truma, nos regala 5 maravillosas lecciones que valen la pena conocer para hacer que nuestra figura en el espacio educativo sea significativa, profunda y duradera. Si quieres conocerlas, este artículo es para ti. ¡Empezamos!
Educar, dar de todo corazón.
En parashá Trumá (Donación) Dios ordena a Moshé que recoja una contribución de Am Israel para con ella construir el Mishkán (Tabernáculo, santuario portátil en el que la Presencia Divina habitará entre ellos). Ahora bien, aquí, Dios no impone cuánto debe poner cada sujeto, sino que pide dar según el deseo del corazón (Éxodo 25:2). Comentaristas sostienen que este principio es relevante en diferentes ámbitos de nuestras vidas, tomando en consideración que todo proyecto importante que queramos avanzar, para que se realice con éxito, necesita de compromiso genuino y de deseo de querer ser parte, no de imposiciones. Esto se debe a que, cuando damos de corazón, generalmente, no esperamos nada a cambio. Y es precisamente esta falta de expectativas de retribución lo que permite que surja el efecto sorpresa cuando ésta sucede de todas maneras. En este contexto, lo recibido, en primer lugar, es percibido (deja de ser considerado evidente), por ende, es bienvenido, y entonces logra ser sinceramente valorado. La auténtica apreciación de lo recibido es, usualmente, el motor que mantendrá encendidas las ganas de seguir dando de corazón, ahora ya desde un creciente sentimiento de pertenencia y de responsabilidad compartida por el proceso que se está realizando.
Esta regla, es igualmente valida en educación. Generalmente, cuando preguntamos a las personas quiénes han sido las figuras educativas que más los han marcado o de las que más han aprendido, se suelen mencionar a los educadores que amaban lo que hacían, sentían pasión por lo que enseñaban y o se preocupaban honestamente por el bienestar y crecimiento holístico de cada participante del grupo y de éste como unidad. Estas personas, a los ojos de sus aprendientes no solo elegían educar, sino que elegían hacerlo de todo corazón. Al educar de esta manera, el mensaje que transmitían estos mentores al grupo es que cada uno de los que habitaban el espacio educativo era importante, que lo que habrían de construir juntos tenía un valor inconmensurable y, por ende, que invertir tiempo, energía y dedicación es algo que hacían por y con gusto. Dejando la expectativa de un tipo de respuesta determinada como opción por parte de sus grupos, estos educadores, quedarían abiertos a la posibilidad de recibir un amplio abanico de interacciones posibles, permitiéndoles abrazar cada interacción, estimar todo esfuerzo, producto y logro de cada individuo. El proceso de visualizar a cada persona dentro del ámbito educativo y reconocer su aporte, es lo que muchas personas dicen que les motivó a involucrarse de todo corazón en la travesía de aprender y crecer que se les ofrecía. Cuando educamos de corazón, permitimos a quienes aprenden hacer lo mismo. Y cuando esto sucede, la construcción de cualquier saber tiene más probabilidad de devenir y permanecer activo a lo largo del tiempo.
Educar como acto de elevación, superación y crecimiento.
La raíz de la palabra Trumá en hebreo (ר.ו.ם) significa «elevar». Es decir, la donación no es un meramente dar, sino que un acto que pretende transformar algo ordinario en algo sublime. Por eso, no debe sorprendernos que el Mishkán haya sido construido con madera, aunque ésta luego haya estado recubierta dos veces en oro.
Educar también puede ser entendido como un acto de elevación, cuando entendemos que esto no significa llenar un «recipiente vacío», sino ofrecer las oportunidades necesarias para que cada persona pueda llegar a ser su mejor versión. Para que esto suceda necesitamos trabajar en diferentes aspectos de nuestra tarea. Primero: Planificación. La construcción del Mishkán es descripta con gran detalle respecto a los pasos, materiales, medidas de cada una de las cosas que deben ser contempladas. Ningún detalle es librado al azar. La visión clara del punto final al que se esperaba llegar permite un proceso ordenado en el que cada elemento tiene su razón de ser y es incorporado en el momento y lugar necesario para que cumpla con su objetivo. Igualmente sucede en educación. La planificación educativa es la herramienta que nos permitirá utilizar los recursos que tenemos disponibles de manera eficiente para alcanzar la visión que soñamos para nuestro grupo.
Segundo: Racional. Claridad sobre por qué hacemos lo que hacemos. Es más sencillo para Am Israel donar para la construcción del Mishkán cuando entienden la importancia de este en el corto, mediano y largo plazo. Lo mismo sucede con nosotros a la hora de educar. Cuando para nosotros están claros los motivos por los que elegimos diseñar travesías educativas, afrontar las dificultades y desafíos del camino es más sencillo. Conocer nuestro propósito como educadores, es lo que nos permitirá elevarnos sobre las vicisitudes de la vida y así, elevar a otros a su máxima expresión.
Tercero: Objetivos. Entender y comprender qué espero alcanzar al final del proceso. La frase de la parashá dice: «Y harán para Mí un Santuario, y habitaré en ellos.» Éxodo (Shemot, 25:8). El objetivo aquí, a diferencia de lo que puede parecer a primera vista, no es hacer un santuario. Eso, en todo caso, es el medio por utilizar. El fin es que la divinidad habite en las personas. Si usásemos este fragmento como metáfora, podríamos ver cuán importante es entender que cada encuentro educativo es el medio que usamos educadores para construir saberes (conocimiento, habilidades, valores, etc.) que habitarán en nuestros aprendientes de por vida. Elevarnos por sobre lo cotidiano, entendiendo que nuestro objetivo final es la formación de personas integras nos convierte en educadores significativos.
Cuarto: Metodología. Debe existir una natural armonía entre racional, objetivos y metodología. En la construcción del Mishkan vemos que siendo importante que todo Am Israel pueda sentirse parte del proyecto, cada quien podrá donar lo que sienta prudente y todos los materiales serán valorados e incluidos en el mismo. De igual modo sucede en nuestras intervenciones educativas. Si, como educadores, decimos que educamos desde nuestras áreas de conocimiento, para hacer de éste un mundo más justo, mas saludable, más humano y, nuestro objetivo es, que nuestros espacios educativos sean microcosmos que repliquen cómo si deberíamos de comportarnos los unos con los otros, entonces, cuando surge un tema que irrumpe con ese ideal, no podemos simplemente ignorarlo y seguir adelante como si nada hubiese sucedido. Nuestro discurso, educa. Nuestras acciones, educan. Nuestro lenguaje corporal, educa. Y lo que no decimos, lo que no hacemos y lo que no mostramos, también. A mayor coherencia entre el dicho y el hecho, menor será el trecho que deberemos recorrer hasta que eso se traduzca en aprendizaje significativo y positivo.
Quinto: Materiales. La diversidad permite mayor cantidad de canales de aproximación al contenido. Claramente dentro de los mencionados el oro es el material más valioso. Aún así, si el Mishkán hubiese sido construido solo de eso, muchas personas no hubieran podido ser parte del proceso de construcción de este.
Abrir un amplio abanico de materiales desde los cuales nuestros aprendientes puedan construir conocimientos, es una forma hermosa de democratizar los saberes, incluir y garantizar que la oportunidad de aprender, crecer, desarrollarse y superarse habite en todos y todas.
A modo de conclusión.
Parasha Truma nos deja dos lecciones importantes para hacer de nuestra práctica educativa, una significativa. En primero lugar, debemos contribuir de corazón. Para eso, es necesario construir espacios educativos donde todas las personas sean bienvenidas, sus aportes sean valorados y en el que realmente todos se sientan parta activa y fundamental del proceso que esta llevando adelante el grupo y, por ende, responsables de sus logros.
Segundo, nuestra intervención educativa tiene que ofrecer una oportunidad de superación personal y grupal.
Cuando entendemos por qué y para qué educamos, es más sencillo encontrar un cómo y con qué que contribuyan a que alcancemos estas metas de manera más efectiva y eficiente. Cuando los aprendientes sientan que crecen con nosotros, serán parte activa de nuestras propuestas educativas, ya no por obligación, por placer.
Por último, si llegaste hasta aquí, quiero decirte algo importante. Solo el hecho de que quieras saber cómo ser más significativo en tu tarea educativa, habla de cuánto cariño y dedicación pones a lo que haces. Estoy segura de que todo lo que aportas y das a tus aprendientes, es y será un legado que trascenderá el tiempo y el espacio. Gracias por educar de todo corazón.
Anexo: Preguntas poderosas de introspección y análisis profesional y personal.
- Para mí: ¿Educar es mi trabajo o es un acto de entrega personal?
- ¿Estoy dispuesto a poner de y el corazón en mi práctica educativa? ¿Por qué?
- ¿Qué me limita a dar de corazón a la hora de educar?
- ¿Qué me motiva a dar más de mi como educador?
- ¿Cuál es mi verdadero propósito como figura educativa?
- ¿Qué quiero dar de corazón a los demás cuando educo?
- ¿Cómo puedo fomentar participación activa y por voluntad propia en el proceso educativo?
- ¿En mis espacios educativos las personas sienten que su aporte es bien recibido y valorado?