Por: Abril Azul Rocha Frenkel
Tal vez hablar de contrastes pueda parecer repetitivo, no parece, lo es. Pero me es imposible no pensarlos, visualizarlos, interiorizarlos. Me encuentro en Polonia, recorriendo los lugares donde mis antepasados de la Shoá caminaron, y en situaciones cómo esta, el contraste se come todo. ¿Cómo no voy a pensar en contraste si visitando el Shteitel de Tiktin me encuentro con que no queda nada? Recorro las calles de una ciudad Polaca, típico pueblito Europeo bien pintoresco, banderas colgadas, iglesias. Hay cero rastro de lo que fue, cero rastro de la comunidad judía llena de vida, colores, tradiciones, sueños, deseos. Porqué así fue, los nazis arrasaron con todo y los espectadores pasivos, con sus ojos cómplices, lo permitieron.
Lo que más me sorprende, y moviliza, es que la gente de esa comunidad, al contrario de lo que yo pensaba, no era tan distinta a nosotros y nosotras. Ahí, funcionaban Keinim de Tnuot Noar, educadores y educadoras con ideales valóricos, sionistas. Iban tras la transmisión y la continuidad, generaban revoluciones, entre ellas, la revolución feminista. Lo que no sabían, es que esa continuidad les iba a ser arrebatada de la noche a la mañana. Literalmente, de la noche a la mañana. Repito, de la noche a la mañana. De un momento a otro, les arrebataron su vida entera. Sueños, anhelos, deseos, miedos, confusiones. Como lo que a cualquiera de nosotros se nos pasa por la cabeza, y vemos cómo algo cotidiano, para ellos dejó de serlo.
Y de nuevo el contraste, entre lo que fue Tiktin, una aldea llena de vida, lo que es hoy ese poblado, y el bosque de Lupochova; lugar donde para ellos y ellas todo terminó. De la noche a la mañana. En el camino entre el Shteitel y el bosque hay 7 minutos. A estas personas, en esos minutos, los y las hacían escuchar lo que sería el futuro himno nacional del Estado de Israel, Hatikva: Esperanza.
Hoy, junto a otros y otras 250 jóvenes judeo-sionistas estamos entonando las mismas estrofas, pero desde otra mirada. Junto a estas personas, los y las judías de Tiktin, una parte nuestra murió, pero al mismo tiempo, estando acá, la otra parte sigue viva. Esa gran comunidad, llena de vida, desaparecida por los nazis, se encuentra hoy en este lugar donde el único testigo, es el árbol, el bosque. A esas 2400 personas, sin verlas como a un número, las traemos a la memoria, devolviéndo así, algo de vida y luz.
Vinimos a hacer memoria, a conocer lo que pasó y, a partir de eso, saber quiénes somos, porqué estamos acá, y quiénes queremos ser.
Es hoy cuándo asumo el compromiso de educar, transmitir, de jamás callar frente a alguien que hace el mal, porqué así comenzó todo. Asumo el compromiso de no sumar un nombre más a la lista de espectadores pasivos. Prometo recordar con acciones.
Y sí, me genera bronca, enojo, dolor, tristeza, deseo de venganza, pero como una vez Dalia, la directora del Majon le Madrijim, dijo: “la mejor forma de venganza, de recuerdo, es hacer, a través de buenas acciones, de este mundo, uno mejor”.