Por: A.D.GORDON
Amigos míos:
No escribo aquí como periodista que anota los acontecimientos del día, ni escribo tampoco poesía. No soy publicista ni hombre de ciencia; tampoco poeta. Soy nada más que un simple judío de corazón sencillo, y deseo escribiros, a vosotros mis hermanos y mis amigos, tal como pudiera un simple judío escribir una carta a su familia sobre cuestiones familiares.
Siendo así, mis saludos desde Palestina serán sencillos; sencillas serán también todas mis palabras referentes a Eretz Israel. ¡Nada de milagros! ¡Nada de “maravilla de las maravillas”! un país como todos es esta tierra nuestra; todo en el sin pretensiones, envuelto en las trivialidades de la vida común, ni más ni menos que lo que ocurre en el resto del mundo. Todas las pequeñeces, y si queréis también las bajezas, comunes en otras regiones, las hallareis aquí también; el tumulto, la alharaca, el resplandor de las luces
artificiales no escasean tampoco, gracias a Di-s en palestina. Nada de ello puede brindar al alma sincera más que dolor y aflicción.
Pero si os dirigís a Eretz Israel con el corazón enteramente abierto, sin albergar prejuicios, con un alma sensible a todos los dolores de la creación, aun cuando estos se exterioricen en feas muecas y voces roncas, entonces podéis estar seguros de que nuestra confianza no quedara defraudada, pues esta es precisamente la ventaja que Eretz Israel nos ofrece: que aquí somos autónomos, con responsabilidades propias en todas las manifestaciones vitales de nuestro ser, tengamos o no consciencia de ellos. ¡Todo que es nuestro y para nosotros! Nuestros los males y nuestros también los remedios; nuestras las alegrías y nuestras las penurias.
Sufrimientos de toda suerte de colores y matices también los tenéis vosotros en los países que vivís, no menos que nosotros tenemos aquí. Pero los sufrimientos vuestros no tienen sentido ni objeto: son molestias inútiles. Aquí en Eretz Israel, los sufrimientos por muy amargos y deprimentes que sean tienen siempre un sentido y una finalidad. Ninguna desgracia nos acosa para perderse vanamente en el vacío; ningún dolor pasa sin dejar huella (…). La realidad de estas palabras se advierte particularmente entre los trabajadores, los hombres que en este taller se hallan empeñados en una misma labor creativa, frente a frente, corazón a corazón, con la naturaleza del país: esta naturaleza que resplandece de gracia majestuosa, una naturaleza franca y transparente, sumida en sí mismo con profundidad profetiza.
Gente que trabaja con naturalidad, sin complicaciones. A veces el trabajo es difícil, cargados de mezquindad; sin embargo, ocurre por momentos que sientes atravesada tu alma por un sentimiento como de exaltación cósmica, como claridad celeste. Profundidades insondables se agitan dentro de ti. A ratos te parecerá que también tu estas echando raíces en la tierra que cavas; que también tú, a semejanza de la vegetación que te rodea, te nutres por medio de los rayos solares con alimento del cielo; que también tu
compartes la vida de la más minúscula hierba, de toda flor y de todo árbol, que anidas en las profundidades de la naturaleza, surgiendo de ella y elevándote hacia las inmensidades del vasto mundo.(…) Y cuando lleguen las horas difíciles (…) Nos queda solo un consuelo: y es que aquí estamos en tierra firme y somos capaces de mantenernos fuerte.